Grandes figuras marcaron la
historia de la literatura platense desde su fundación, tanto que se la ha
llamado "la ciudad de los poetas"
Los orígenes de la literatura
platense guardan cierta similitud con los del conjunto de la literatura
argentina: en ambos casos, sus primeras manifestaciones fueron, necesariamente,
obra de autores foráneos. Esta impronta parecería haber perdurado en el perfil
literario de La Plata prácticamente hasta nuestros días. La primera
característica referente a nuestras letras, o mejor dicho, a sus autores, es la
de que un buen número de ellos no nacieron en esta ciudad, sino en el interior
de la provincia, en el resto del país, y algunos fueron extranjeros asimilados
al alma de La Plata.
Hasta 1896, en que Almafuerte se
instaló definitivamente en la ciudad, el poeta de mayor alcurnia que vivió y
actuó aquí de modo estable fue el rosarino Enrique Rivarola. Pedro B. Palacios
(Almafuerte) se radicó en esta ciudad en 1887, y en ella vivió, con muchas
alternativas, hasta su muerte en 1917. Continuaba, de alguna forma, la
tradición de los primeros poetas que no fueron oriundos de La Plata -había
nacido en San Justo en 1854- y que se mantendría, por distintas circunstancias,
hasta hoy. Por la fecha de su nacimiento, Almafuerte pudo haber sido un hombre
de la Generación del 80, pero existe una gran distancia desde el punto de vista
literario entre nuestro escritor y los poetas representativos de esta generación:
Guido Spano, Obligado o Cané. Sin embargo, como lo comprobó María Minellono, el
estudio singularizado de los escritores del 80 muestra una variedad y
diversificación muy lejanas a los esquemas con que tradicionalmente se
identifica esta época. Sucede que ese "fin de siglo" fue rico en
personalidades difíciles de encuadrar, y ningún escritor fue más refractario a
cualquier definición genérica, se ha dicho, que Pedro B. Palacios.
En las primeras décadas del siglo
XX la crítica literaria comenzó a identificar una "escuela de La
Plata" que en realidad no era tal, sino el emergente de un grupo de poetas
formados en un clima espiritual similar: la "generación de 1917",
"primera generación platense" o "primavera fúnebre de La
Plata". Abigail Lozano, Pedro Mario Delheye, Héctor Ripa Alberdi, Alberto
Mendióroz, Francisco López Merino, tuvieron además la extraña particularidad de
haber muerto los cinco en plena juventud.
Después de Almafuerte, quizás es
Francisco López Merino (1904-1928) el primer poeta platense de trascendencia
nacional. La obra de López Merino se reduce a dos títulos: Tono menor, de 1923,
y Las tardes, de 1925. Después de su muerte, sus amigos reunieron en un tomo
estos dos libros y sus poemas inéditos. Su breve obra ha sido relacionada con Musset,
con Samain, con los poetas del simbolismo. Hay en sus versos una leve tristeza
confesional y una pulcra tendencia a recrear el paisaje como "estado de
alma" que lo acercan a actitudes románticas, a la vez que el equilibrio
formal, en estrofas y vocablos, lo aproxima al rigor modernista.
Entre la llamada "Generación
del 17" y la "Generación del 40", que es la que aparece a
continuación con contornos bien nítidos, se extiende más de una década rica en
figuras y tendencias, tanto en la poesía nacional como en la poesía platense.
Casi todos los que han estudiado la historia de nuestra literatura están
generalmente de acuerdo en la existencia de una serie de voces poéticas
importantes anteriores a los escritores del 40, a la que se ha llamado
"generación del 30" o "intermedia". Es al comienzo de esa
década, precisamente, que aparece La novísima poesía argentina, antología
preparada por Arturo Cambours Ocampo. Muchos de los poetas incluidos no han
pasado a la historia, pero quedan algunos que luego se afianzaron en sus
propuestas personales: el propio Cambours Ocampo, María de Villarino, Romualdo
Brughetti. Esta "novísima generación" impugnó al surrealismo y al
ultraísmo, en cambio incorporó un nuevo sentido poético y filosófico que más
tarde aprovecharía la generación del 40.
LA GENERACION DEL 40
En cuanto a la Generación del 40,
coincide con el período que va desde el golpe de Uriburu hasta el advenimiento
del peronismo. El clima espiritual que vivieron estos poetas fue el emergente
de un momento histórico que les negaba o impedía influir sobre los
acontecimientos, la intuición -o la certeza- de que la poesía carecía de un fin
o representatividad social, la conciencia de que los principios de esa sociedad
se desintegraban, el sentimiento de que la vida no tenía sentido. De allí que
el "combate" del que hablan estos poetas haya sido el de la poesía,
encaminada a buscar lo universal e intemporal del arte, aquello que es superior
a lo pasajero y contingente. De allí también que consideraran que el poeta
tiene una altísima misión en el mundo y su canto una justificación
indiscutible: lo permanente, tema y objeto del quehacer poético. El tópico
central de esta promoción fue el tiempo: la nostalgia del pasado, de la niñez,
de los años que ya no se recuperarán. Ligado al tema del tiempo perdido y de la
infancia está el tono elegíaco y la contemplación iluminada de la realidad
natural, en calma y armonía. En el caso de los poetas platenses, lo elegíaco se
vio potenciado, con seguridad, por el clima local al que nos referimos hace un
momento.
La Generación del 40 fue
particularmente fecunda en La Plata. Por las características administrativas y
universitarias de la ciudad, convergieron en ella las voces de muchos poetas
llegados del interior de la provincia (Enrique Catani, María Granata, Horacio
Núñez West) con las voces de los poetas locales (Carlos Albarracín Sarmiento,
Alberto y Horacio Ponce de León). De todo este conjunto, algunos nombres se
destacan en especial: Norberto Silvetti Paz, un poeta de reminiscencias clásicas
y de tono filosófico; Ana Emilia Lahitte, cuya larga trayectoria la llevó desde
la poesía formal de su generación hasta las formas más evolucionadas de la
poesía actual; Gustavo García Saraví, poeta que se complace en reflejar un
mundo cruel, los avatares de la vejez y la soledad, la llamada o el abandono
del sexo; Aurora Venturini, una voz distinta, alejada del clásico lirismo
lopezmeriniano y próxima a un sentido racional del arte, justamente
revalorizada hoy en su faceta de narradora; y finalmente Roberto Themis Speroni
(1922-1967), quizás el poeta platense más importante de esta generación.
LOS AÑOS 50, 60 Y 70
Un gran despliegue tuvo la poesía
platense en los años 50, no sólo por la convivencia de los máximos
representantes de la generación anterior con otras voces nuevas, sino también
por la enorme cantidad de ediciones, muchas de ellas fomentadas por organismos
oficiales. Entre algunos nombres particularmente destacables pueden citarse los
de Leonor Centeno, Oscar Abel Ligaluppi, Mario Porro, Horacio Esteban Ratti,
Manuel Casalla, Raquel Sajón de Cuello y Matilde Creimer (que publicó con el
seudónimo de Matilde Alba Swann), referente de una poesía de denuncia social.
La década del 60 estuvo signada
por variantes sociales que movieron a una gran cantidad de artistas a crear de
manera innovadora y en diferentes direcciones. De hecho el golpe militar del 66
fue asestado inequívocamente contra la cultura, en el afán de cortar de cuajo
el vuelo de las múltiples alternativas. En el panorama platense, la corriente
innovadora de los 60 coexistió con otras ramas que provenían del tronco todavía
fecundo de las décadas anteriores. Ya comenzaban a manifestarse en esos años
poetas tan disímiles en sus propuestas como Néstor Mux y Rafael Oteriño. Los 60
fueron ricos en producción de poetas ya consolidados como en surgimiento de
nuevas voces, sin contar con la marcha sostenida de los poetas de la generación
del 40. Por ejemplo, en estos años no se había cerrado aún la obra de un poeta
tan significativo como Roberto Themis Speroni, y estaban en plena madurez
creativa Ana Emilia Lahitte, Aurora Venturini y Gustavo García Saraví, entre
otros.
Para comprender la década del 70
en la poesía platense, resulta inevitable hacer referencia a determinados
hechos que marcaron la labor de la mayor parte de los poetas actuantes: el
enfrentamiento armado de grupos políticos antagónicos, la crisis económica, el
golpe de estado de 1976, la represión militar sangrienta, la desaparición
forzada de miles de personas, el exilio de una enorme cantidad de
intelectuales, la censura, la instauración de una cultura economicista y, para
cerrar esos diez años oscuros, el conflicto por el canal de Beagle que puso al
país al borde de una guerra con Chile. A partir de estos datos, no pueden parecer
extrañas ciertas características de la poesía de entonces: una inclinación cada
vez más marcada hacia el hermetismo, el abandono progresivo de los recursos
considerados tradicionalmente como poéticos, el descarnamiento en la
expresividad y en los temas, la conciencia de que el solo acto de escribir
entrañaba un hecho revolucionario y por lo tanto pasible de ser reprimido, la
necesidad de crear vías de comunicación subterráneas o pequeños grupos de
poetas en los que se pudiera encontrar un aire medianamente respirable. Entre
los jóvenes poetas que se manifestaron en los 70 se encuentran los del grupo
Latencia, compuesto entre otros por Abel Robino, Patricia Coto y César Cantoni.
En 1978 Latencia convocó a un encuentro de jóvenes poetas del que surgimos muchos
de los que ahora pasamos, con mayor o peor fortuna poética, el medio siglo.
Después de la profunda marca que
dejó la generación del 40 en la poesía platense, y tal vez en la de todo el
país, no llegó a vislumbrarse otro grupo visiblemente homogéneo que tomase la
antorcha. No obstante, las décadas reseñadas a través de sus autores dan una
idea de la riqueza y la diversidad de tonos de esos treinta años. Gran parte de
los poetas de la generación del 40, como se ha apreciado, continuaron
produciendo en este período unidos a los nuevos escritores, ya que la ciudad
careció, en general, de actitudes "parricidas". Esto ha configurado,
seguramente, una apretada trama que mantuvo el carácter de La Plata como
"ciudad de los poetas".
DOS MENCIONES ESPECIALES
Más allá de las numerosas voces
que perduraron y que aún siguen trabajando, es evidente que hubo un conjunto de
poetas notablemente destacados cuyas obras se consolidan en estos años. Resulta
inevitable la mención de dos de ellos: Horacio Preler, cercano en sus orígenes
a la Generación del 40 (fue amigo de Vicente Barbieri, y también de Alberto
Girri), que en una etapa de su vida en la que se encuentra colmado de libros y
del afecto de los más jóvenes, sigue produciendo con increíble apasionamiento.
Y Horacio Castillo, quizás el poeta platense de mayor trascendencia nacional,
quien llevó el nombre de la poesía de esta ciudad a la Academia Argentina de
Letras. Horacio Castillo, hoy lamentablemente ausente, desarrolló también un
importante trabajo de difusión de la poesía a través de las páginas de El Día,
primero en la mítica sección "Prosa y Verso" y más tarde desde el
Suplemento Literario, en donde lo reemplazó con el tiempo otro valiosísimo
escritor desaparecido: Gabriel Báñez.
A medida que se avanza en el
tiempo, el carácter de la poesía platense se hace más fragmentario y aumentan
las dificultades para marcar generaciones, grupos o tendencias. Por ejemplo, la
década del 80 estuvo hegemonizada por los sobrevivientes de la Generación del
40, los popularmente conocidos como "poetas capitales" y los que por
entonces éramos más jóvenes e íbamos creciendo y publicando al lado de estas
figuras. Pero el juego estaba abierto para la incorporación de otros
protagonistas.
En la década del 90 se hicieron
varios esfuerzos por censar lo que podríamos llamar "los recursos
poéticos" de la ciudad. Sudestada (1995) fue un libro que sintetizó,
apenas en una pequeña parte, las décadas de fecunda labor del taller de poesía
de Ana Emilia Lahitte, concretada en cientos de hojas, desplegables y
cuadernillos. En 1998 la Municipalidad de La Plata y el Instituto Rega Molina,
presidido por el poeta Atilio Milanta, organizaron un ciclo de poesía en el
palacio López Merino del que participamos 36 autores platenses de las entonces "últimas
generaciones", material que se convertiría en el libro con que abrió sus
actividades La Comuna Ediciones. Desde entonces, no han sido pocas las
publicaciones que han testimoniado que la poesía platense no es una página de
historia, sino una manifestación actualizada del alma de la ciudad: las
revistas literarias, como fue en su momento Aromito, los blogs de poesía, los
grupos que se reúnen en el Centro Cultural Malvinas y otros ámbitos, los
concursos del Grupo Hespérides y del Taller Ponce de León, en los que siempre
se descubren nuevos valores.
Mucho se cuestionó, sobre todo en
estos últimos años, que se le diera a La Plata el mote de "ciudad de los
poetas", como si ello fuera en detrimento de otras actividades artísticas
que documenta este trabajo de El Día. Pero es indudable que la literaria fue
siempre, desde la fundación misma de la ciudad, una de las más importantes,
como lo comprobamos con María Elena Aramburú al escribir en 2001 la Historia de
la literatura de La Plata. Lo demuestra no sólo la estadística, sino también
otros acontecimientos emblemáticos: el homenaje de Juan Ramón Jiménez a López
Merino en 1948; las visitas de poetas extranjeros de la talla de García Lorca,
Gerardo Diego y Rafael Alberti (y más recientemente Gonzalo Rojas o Luis García
Montero); la proliferación de revistas especializadas que bien estudió Elba
Alcaraz en su momento; el apoyo de los medios periodísticos a nuestras letras;
y el hecho de que la Universidad de La Plata sea una de las pocas, si no la
única del país, que cuenta con un espacio dedicado a nuestra actividad
literaria: la Cátedra Libre de Literatura Platense "Francisco López
Merino".
Guillermo Pilía es Profesor en
Letras y escritor. Dirigió desde 2005 hasta 2010 la Cátedra Libre de Literatura
Platense "Francisco López Merino" de la Universidad de La Plata. (127 Aniversario de El Día")